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La deseada claridad es más fácil de conseguir de lo que piensas..

Actualizado: 20 ago


Si hay algo que escucho todo el tiempo en mis consultorías es:“Siento que estoy dando vueltas, que no tengo claridad sobre mi negocio, que no sé si estoy tomando las decisiones correctas.”


Y no es casualidad. Lograr claridad en los proyectos personales y profesionales es uno de los desafíos más grandes. Porque, aunque tengamos conocimiento técnico, experiencia o incluso clientes, nuestras propias emociones terminan “nublando la vista”.

Hoy quiero contarte por qué pasa esto, qué dice la ciencia, cómo lo abordan las empresas más exitosas y qué podés hacer vos para entrenar tu claridad.




Cuando el cerebro y las emociones nos juegan en contra



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Según la neurociencia cognitiva, nuestro cerebro no procesa todo de la misma manera. Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, lo explicó en su libro Thinking, Fast and Slow (2011) con la teoría de los dos sistemas de pensamiento:


Sistema 1: rápido, automático, emocional, intuitivo. Funciona como un “piloto automático” que nos permite reaccionar sin pensar demasiado. Ejemplo: cuando alguien te pregunta cuánto es 2 + 2, respondés de inmediato. O cuando ves a un cliente dudar y tu instinto te dice “está a punto de decir que no”. Este sistema es útil para la supervivencia, pero también está lleno de sesgos y atajos mentales.


Sistema 2: lento, analítico, racional, deliberado. Se activa cuando necesitamos concentración y cálculo. Ejemplo: cuando hacés un presupuesto detallado para un proyecto, cuando analizás el ROI de una campaña, o cuando planificás la estrategia de tu negocio a largo plazo. Este sistema consume más energía, porque requiere esfuerzo consciente.



¿Qué pasa en los proyectos personales?


Cuando pensamos en nuestro propio negocio o carrera, el Sistema 1 suele tomar el control porque estamos cargados de emociones: miedo a equivocarnos, ansiedad por los resultados, presión económica, comparación con colegas. La amígdala cerebral —responsable de detectar amenazas— se activa y nos lleva a tomar decisiones impulsivas o, peor aún, a la parálisis.


Ejemplo real:

Si un cliente rechaza tu propuesta, el Sistema 1 interpreta eso como “fracaso total” y activa el miedo (“quizás no sirvo para esto”).

En cambio, si activás el Sistema 2, podés analizar objetivamente: “Este cliente no era mi target ideal, voy a ajustar mi propuesta para otro segmento.”


Dicho de modo simple: cuando las emociones están al mando, pensar con claridad se vuelve biológicamente más difícil.

Si, es cierto. Estudios de neuroimagen (fMRI) demostraron que cuando la amígdala está hiperactivada, la corteza prefrontal —la parte del cerebro que planifica y decide— reduce su actividad (Pessoa, 2008). Podríamos resumir que a veces las emociones no nos dejan pensar.




La mirada externa: por qué es prioritaria


Las empresas más grandes del mundo ya entendieron esto hace tiempo. Apple, Google o Amazon cuentan con asesores externos, coaches y consultores que revisan sus estrategias. No porque no tengan equipos brillantes, sino porque saben que la claridad no surge de mirarse siempre en el mismo espejo.

De hecho, estudios publicados en Harvard Business Review muestran que los equipos que integran retroalimentación externa tienen un 31% más de efectividad en la toma de decisiones y mayor capacidad de adaptación en entornos inciertos.

La mirada externa funciona como un espejo neutral: devuelve la imagen sin la distorsión de nuestras emociones.



La claridad mental no es un estado que aparezca mágicamente, sino el resultado de ciertos procesos cognitivos que podemos entrenar.



La psicología y la neurociencia han mostrado que cuando un profesional piensa exclusivamente “dentro de su cabeza”, las emociones distorsionan la percepción. Esto ocurre porque el Sistema 1 (descrito por Daniel Kahneman) —rápido, automático y emocional— tiende a dominar en situaciones cargadas de incertidumbre o de alto valor personal, como lo son nuestros propios proyectos de negocio o de carrera. El resultado es una visión sesgada: magnificamos los riesgos, minimizamos los logros y a menudo quedamos paralizados.




Aquí entra en juego la externalización simbólica, un concepto que atraviesa la antropología, la psicología y la neurociencia. Externalizar significa sacar afuera lo que tenemos en la mente: escribir en un cuaderno, dibujar un esquema, conversar con un colega, crear un mapa visual o incluso simular que el proyecto es de otra persona.




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Qué es la distancia cognitiva y por qué es importante entender que existe


La distancia cognitiva es la capacidad de separarnos mentalmente de un problema o situación para poder observarlo como si no fuera propio.

Es como tomar un paso atrás frente a un cuadro: de cerca solo vemos manchas de color, pero cuando nos alejamos podemos percibir la obra completa.


Este acto simbólico genera lo que los investigadores llaman distancia cognitiva: una separación mental entre “yo” y “mi idea”, que reduce la carga emocional y nos permite activar el Sistema 2 —más lento, analítico y racional—. Esa distancia abre espacio para la metacognición, es decir, la capacidad de pensar sobre nuestros propios pensamientos, evaluarlos y corregirlos. En la práctica, este mecanismo funciona como un filtro: al convertir pensamientos en palabras o símbolos externos, se reorganizan internamente, la corteza prefrontal asume un rol más activo y la claridad aumenta de manera significativa. Dicho de forma simple: cuando externalizamos, dejamos de estar atrapados en el torbellino emocional del Sistema 1 y podemos observar nuestro proyecto con mayor objetividad, como si se tratara de un caso ajeno. Y es en esa brecha, en esa distancia cognitiva, donde se abre el verdadero espacio para tomar mejores decisiones.


La claridad no aparece sola. Se entrena.

Las emociones pueden nublar nuestra visión, pero hay herramientas —desde la retroalimentación externa de un colega o mentor, hasta el uso de IA como ChatGPT— que nos ayudan a ver lo que nosotros mismos no vemos. La invitación es simple: dedicá un espacio mensual a pensar tu proyecto, entrená tu claridad y recordá que tu cerebro necesita esa pausa para separar emoción de estrategia.


Porque, como decía Daniel Kahneman, Nobel de Economía:



“Nada es más ilusorio que pensar que entendemos nuestro propio funcionamiento.”

Y ahí está el secreto: buscar claridad es un signo de inteligencia.


Entender que esta distancia cognitiva existe como recurso metodológico en las disciplinas proyectuales y creativas es fundamental, porque cuando estamos demasiado “pegados” a nuestro proyecto personal, lo vemos distorsionado por nuestras emociones: miedo, ansiedad, deseo de aprobación o inseguridad. Reconocer la distancia cognitiva nos recuerda que nuestro punto de vista no siempre es neutral y que, al generar esa separación —a través de la escritura, el dibujo, la conversación con otro profesional o la simulación de que el proyecto es ajeno— podemos clarificar la mirada y tomar mejores decisiones.



En otras palabras: la distancia cognitiva es un recurso natural que todos podemos activar, y es el primer paso hacia la claridad en cualquier negocio o proyecto de carrera.



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Mi ritual para activar la distancia cognitiva





Te cuento cómo lo hago yo. Elijo de antemano un día del mes —generalmente un sábado a la mañana— y lo preparo distinto. Ese día no es para ejecutar, es para pensar en mi negocio con distancia cognitiva.


Armo un ambiente inmersivo a mi manera y siempre repito el mismo ritual: sé que serán unas 4 horas y media en las que no atiendo llamadas ni distracciones, y al terminar me regalo una motivación, como pasear en la naturaleza o ir al cine. De esa forma, mi mente ya sabe cuál es el objetivo de ese espacio: claridad.


En primer lugar, defino previamente qué tema voy a abordar. Solo uno. En mi último ritual, por ejemplo, trabajé sobre mi avatar (comprador ideal): revisé aciertos y ajustes en base a la experiencia de mi primer workshop y planifiqué el momento ideal para lanzar mi programa de Mentoría 4.0.


Mi estrategia —y la más importante para mí— es visualizar. Como mi forma de trabajar es muy visual y técnica, armo cuadros sinópticos y líneas de tiempo. Allí marco mis objetivos a corto, mediano y largo plazo, y registro también los hitos ya alcanzados. Ver esa progresión me da no solo claridad, sino también motivación: me recuerda que, paso a paso, fui conquistando pequeñas metas.

Esta es la forma en la que miro mi negocio con distancia cognitiva: al tener mis ideas diagramadas fuera de mi cabeza, dejo de estar atrapada en la emoción del momento y gano perspectiva.


💡 Te propongo que hagas lo mismo: mirá un año y medio hacia atrás y registrá qué decisiones importantes tomaste, qué conquistas alcanzaste y cuánto tiempo te llevó cada paso. Después, proyectá un año y medio hacia adelante e intentá previsualizar una gran meta final —tu objetivo general—. Entre ambos puntos, colocá hitos, conquistas esperadas y los pasos que imaginás necesarios para llegar.


Al hacerlo, vas a sentir cómo tu negocio, proyecto, carrera, empieza a contarte otra historia: la de su propia evolución, y la de tu capacidad de darle dirección con claridad.


Ese día no ejecuto tareas, planeo. Me gusta ver cómo progresa mi negocio: qué objetivos cumplí, cuánto tiempo me llevó, qué resultados obtuve. Eso me ayuda a ordenar la información y a marcar la ruta hacia los próximos pasos.


Una vez que tengo mi línea de tiempo y los cuadros sinópticos, comparto esos esquemas con dos mentoras para recibir miradas diferentes. Y si vos no tenés un mentor, podés apoyarte en una herramienta como ChatGPT: seteá una conversación con un perfil técnico y otra con un perfil creativo, y contrastá los puntos de vista. Incluso podés usar el comando de voz, que da la sensación de estar dialogando con alguien.


Para mí, es un recurso simple pero muy poderoso: me permite salir de mi propio sesgo emocional y mirar mi negocio como si fuera ajeno. Y ahí aparece la claridad.


La claridad no llega sola: se construye. Activar la distancia cognitiva es un ejercicio de inteligencia práctica y emocional que todos podemos entrenar. Al externalizar lo que tenemos en la mente —ya sea con esquemas, escritura o validación externa— dejamos de estar atrapados en la inercia emocional y abrimos espacio para decisiones más conscientes.

Recordá: tu negocio, proyecto o carrera no necesitan perfección inmediata, necesitan claridad constante. Y la claridad se cultiva con hábito, con mirada externa y con la valentía de observarte desde afuera.




¿Cuándo vas a regalarte

tu propio ritual de claridad?


Elegí una fecha, prepará tu ambiente y empezá a mirar tu negocio desde afuera. No hace falta esperar grandes momentos: tomate 5 minutos ahora, dibujá una línea del tiempo de tu último año y medio, marcá tres decisiones importantes y proyectá tres hitos para el año y medio que viene. Esa será tu primera brújula de claridad.



TU VIDRIERA DIGITAL 4.0
TU VIDRIERA DIGITAL 4.0

Y si querés llevar este proceso al siguiente nivel, próximamente se abren los cupos para mi mentoría Tu Vidriera Digital 4.0: solo 6 proyectos admitidos, con el objetivo de estar finalizados en menos de 3 meses. Podés ser parte de este grupo reducido donde voy a acompañarte personalmente a darle dirección, claridad y presencia digital a tu negocio.




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